por Hector Rosario
Profesor UPR
16 de Abril, 2015
El problema fundamental de la descolonización de Puerto Rico es uno de identidad. El independentismo parte de la premisa anacrónica "albizuista" sobre la “suprema definición: yanquis o puertorriqueños”. Catalogo esta máxima como anacrónica, como le expliqué a Rosa Meneses en el 2004, porque ignora el carácter fluido de la identidad nacional. Además, es falaz ya que no toma en consideración las identidades internas y a veces conflictivas de los Estados Unidos (norteño, sureño, blanco, afroamericano, hispano, americano nativo, asiático-americano, e incluso, ¡puertorriqueño!). La identidad nacional, como cualquier otra, no es algo estático e inmutable. Por el contrario, está sujeta al cambio que ocasionan el tiempo y la interacción con otras culturas.
Ser puertorriqueño en el siglo 19 era algo muy distinto a serlo a mediados del siglo 20. A finales del 19 se comenzaba a forjar una identidad que exigía una distinción política, económica y racial de España y de lo que significaba el ser español. A mediados del siglo 20—luego de medio siglo de ocupación militar estadounidense y de relegar la administración de la colonia a los puertorriqueños mediante la creación del ELA—la identidad nacional, según percibida e interpretada por la mayoría de la población, se transformó (con excepción de una minoría nacionalista) en una de sumisión y admiración por “el amo”. Es decir, para muchos, el ser puertorriqueño era sinónimo de ser distinto e inferior a los poseedores de la amalgamada identidad americana.
Sin embargo, la identidad puertorriqueña se transformaría nuevamente como consecuencia directa del aumento marcado en la participación voluntaria de los puertorriqueños en las Fuerzas Armadas. Los conflictos de Corea, Vietnam y el Golfo Pérsico durante la segunda mitad del siglo 20 legitimarían en los puertorriqueños el sentido de pertenencia a la Unión americana. Cada conflicto bélico, cada muerte, cada herido, intensificarían en la mayoría de los puertorriqueños un sentimiento patrio para con ese pueblo norteño y les darían la fuerza moral para reclamar la igualdad de derechos inherentes a ser parte integral de esa nación. Es decir, el concepto “patria” metamorfosea a uno que incluye la puertorriqueñidad dentro del “americanismo”, con todas las contradicciones personales y colectivas que esto pueda acarrear. En otras palabras, la estadidad como objetivo político y cultural tiene en la población de veteranos, reservistas y militares activos los argumentos vivientes más fuertes de su causa.
Hoy día, en la segunda década del siglo 21, la identidad puertorriqueña sigue viva—transformada, pero alegremente viva. Empero, ésta no es contraria al deseo de ser parte de la Unión americana. No lo es ni lo ha sido para la mayoría de los miles de puertorriqueños en las fuerzas armadas que se identifican como puertorriqueños, ya sea que hayan nacido en la Isla o en alguno de los estados.
Ser puertorriqueño en el siglo 19 era algo muy distinto a serlo a mediados del siglo 20. A finales del 19 se comenzaba a forjar una identidad que exigía una distinción política, económica y racial de España y de lo que significaba el ser español. A mediados del siglo 20—luego de medio siglo de ocupación militar estadounidense y de relegar la administración de la colonia a los puertorriqueños mediante la creación del ELA—la identidad nacional, según percibida e interpretada por la mayoría de la población, se transformó (con excepción de una minoría nacionalista) en una de sumisión y admiración por “el amo”. Es decir, para muchos, el ser puertorriqueño era sinónimo de ser distinto e inferior a los poseedores de la amalgamada identidad americana.
Sin embargo, la identidad puertorriqueña se transformaría nuevamente como consecuencia directa del aumento marcado en la participación voluntaria de los puertorriqueños en las Fuerzas Armadas. Los conflictos de Corea, Vietnam y el Golfo Pérsico durante la segunda mitad del siglo 20 legitimarían en los puertorriqueños el sentido de pertenencia a la Unión americana. Cada conflicto bélico, cada muerte, cada herido, intensificarían en la mayoría de los puertorriqueños un sentimiento patrio para con ese pueblo norteño y les darían la fuerza moral para reclamar la igualdad de derechos inherentes a ser parte integral de esa nación. Es decir, el concepto “patria” metamorfosea a uno que incluye la puertorriqueñidad dentro del “americanismo”, con todas las contradicciones personales y colectivas que esto pueda acarrear. En otras palabras, la estadidad como objetivo político y cultural tiene en la población de veteranos, reservistas y militares activos los argumentos vivientes más fuertes de su causa.
Hoy día, en la segunda década del siglo 21, la identidad puertorriqueña sigue viva—transformada, pero alegremente viva. Empero, ésta no es contraria al deseo de ser parte de la Unión americana. No lo es ni lo ha sido para la mayoría de los miles de puertorriqueños en las fuerzas armadas que se identifican como puertorriqueños, ya sea que hayan nacido en la Isla o en alguno de los estados.
Somos puertorriqueños, pero hemos enunciando con convicción y lealtad durante nuestra vida militar el Artículo 1 del Código de Conducta de las Fuerzas Armadas:
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