Friday, June 12, 2020

"Soy estadista, no penepé"


  • 6 junio 2020
  • El VOCERO
La frase ha penetrado hasta los cuartos oscuros del inconsciente colectivo del movimiento estadista. Muchos de los que llevamos el ideal en el corazón la hemos repetido múltiples veces. La decepción es general por los privilegios de unos pocos, el olvido hacia la gente que trabaja por su partido, la pobre o ninguna lucha por la estadidad, la desatención hacia las personas, el líder que en su arrogancia se cree celebridad y hasta los actos de corrupción de conocimiento público que quedan impunes en lo criminal como a nivel administrativo.  
Cuando aspirantes a candidaturas de todo tipo, desde asambleístas municipales hasta la gobernación, tuvieron que tomar las charlas que dio la “escuela de la estadidad” -programa loable y necesario creado por Thomas Rivera Schatz, al igual que José Aponte y Quiquito Meléndez, estadista insobornable- muchos de los presentes expresaban la frase de marras, mayormente los que estaban por obligación por ser su aspiración un acto de entera lealtad en la amistad con el aspirante a alcalde de su pueblo. 
Es innegable lo lacerado de la identidad política y sentido de pertenencia al partido de la palma, desdibujándose a través de los años hasta convertirse en un antónimo de la estadidad. Ambos conceptos ya no son intercambiables como lo fueron en el pasado. Se ha creado una distancia considerable entre ser estadista y estar afiliado, y votar no necesariamente significa combatir la descolonización, pues muchos estadistas consideran al PNP otro partido de administración.
De todos los factores que han creado la desafiliación por un lado y la reafirmación a la igualdad política por el otro, creo que los dos medulares han sido el privilegio de los pocos y la corrupción en el gobierno. Los privilegios lo vemos en los contratos a amigos para asesorar en nimiedades que nada aportan al gobierno ni al adelanto y ejecución de política pública. Es una manera de enriquecerse; muchas veces imprudente que parece más un asalto legal que una contribución a Puerto Rico.
Hay una variedad de contratistas que asustan y que hacen pensar que quien gobierna a Puerto Rico es el PRI mexicano. Muchos de ellos caminan con la máscara de la arrogancia y con la avaricia en su conciencia como el Eneas compañero de Benitín. Esa involución no es de ahora, viene de años desarrollándose paulatinamente hasta devenir en la crisis moral que tenemos, como sucedió dos semanas antes de las elecciones de 2008 en el Comité Central del PNP donde personas solo hablaban de los puestos que tendrían en el gobierno y unos pocos de los contratos que felizmente obtendrían. Ninguno habló de la estadidad. 
Sin embargo, la peor decepción la genera la corrupción. Desde el segundo cuatrienio de Pedro Rosselló ha sido una pesadilla recurrente en el PNP. Cada administración tiene sus personajes que sin escrúpulo alguno rasgan las vestiduras de la moral pública y de la decencia dentro del gobierno. Muchos de ellos no son procesados, porque los mismos jefes de agencia que lo saben prefieren mirar para el lado en lugar de hacer los referidos correspondientes. Esto ha creado la cultura de la complicidad con una detestable frase que lo justifica todo: “Si los populares lo hacen, ¿por qué nosotros no?" 
Actualmente hay varios casos en distintas agencias del gobierno de funcionarios de confianza que cometieron actos de corrupción. Son de confianza, no de carrera. Algunos han sido referidos a las autoridades correspondientes, pero siguen en sus puestos. Los delitos incluyen desde venta de taquillas políticas en horas laborables dentro de las oficinas de la agencia hasta aprovechamiento ilícito y favoritismo anti ético desde sus puestos. Los jefes en cada una de esas agencias lo saben y los protegen. En cada uno de estas acciones ellos han mirado para el lado, pues solo reaccionan cuando la peste a podrido sale por la ventana.
Esto afecta toda actividad y militancia, pues de decepción en decepción surgió el “soy estadista, no penepé”. Los valores ya no son los mismos, son disímiles a los nuestros, por lo que el compromiso desaparece y solo en la estadidad somos iguales. A veces he pensado que ser PNP es un peligro, porque además de la tristeza tiene efectos secundarios. Y ocasionalmente he pensado que abstenerse del proceso político sería un acto saludable de justicia y un imperativo moral. La felicidad nunca fue lo que creíamos. Como dijera el bardo español Bartolomé Leonardo de Argensola: “Porque ese cielo azul que todos vemos, / ni es cielo ni es azul. / ¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza!”







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